Ararauna era la hija del líder de la tribu Ara… Era una bella jovencita de piel clara. El color de su piel se lo debía a su madre, que venía del “exterior”. Ararauna desde pequeña escuchaba con atención las historias de su padre sobre su madre. La madre de Ararauna falleció cuando le otorgó la vida a ella. Esto le producía un poco de tristeza y lo único que la alegraba en esos momentos eran mirar a una Guacamaya volando. Ella era una “niña del destino” decían los ancianos.
El mundo de su padre y líder giraba entorno a Ararauna. El mundo de Ararauna giraba en torno a los sueños de conocer el mundo de su madre. Ella no quería saber nada del destino.
Para los ancianos Ararauna estaba destinada a estar junto a Macao. Macao era el mejor guerrero de la tribu. Sentía el peso de la responsabilidad de preservar la integridad de sus hermanos Ara y también el de preservar sus costumbres.
Ararauna se sentía atraída por Macao, y Macao a su vez la miraba con una profundidad infinita. Cuando los profundos pozos, que eran los ojos del Macao, la miraban el mundo se detenía por un instante. Pero Ararauna era inquieta y sólo se detenía ese instante para que Macao la mirara, un segundo después volvía a su búsqueda.
Contaban las historias que Yoraco (así se llamaba el padre de Ararauna y líder) venía de una tribu la cual le dio por muerto en combate con los españoles. Gracias a esto pudo usar su libertad para conocer el mundo y así encontró a la madre de Ararauna. Su madre, un espíritu libre, siguió a Yoraco y formó vida con él. Juntos formaron la tribu de los Ara apartados de la civilización.
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El sueño de conocer el mundo…
Ararauna tenía deseos de conocer el mundo de su madre, pero esta se encontraba a miles de pasos de las tierras de los Ara. Una noche mientras miraba el cielo percibió sobre las estrellas la silueta de dos aves volando juntas.
- Si pudiera volar podría conocer el mundo entero – Sentenció aquella noche.
El deseo creció dentro de si como un pequeño hijo hasta estar a punto de parir. Fue cuando Ararauna acudió al claro en la selva donde los ancianos invocaban a los espíritus de la selva.
- Aquí estoy… Aquí estoy para contarles mi más “profundo deseo” y pedirles que lo hagan cierto.
- ¿Tu más “profundo deseo”? ¿Quizás tu más “profundo capricho”? – Le replicó el espíritu de la selva.
Ararauna se puso colorada de la rabia, pero sabía que a los espíritus de la selva no se les contradecía; y menos si esperabas que cumplieran tus deseos. Ella no estaba acostumbrada a que le contradijeran… Su padre era un “si” en infinito.
- Mi más profundo deseo, “sabio espíritu” – El tono de Ararauna dejaba claro que, aunque respetuosa, también ponía en duda la sabiduría del dichoso espíritu.
- Tu espíritu es impetuoso y joven… Por eso dejaré pasar tu tono… Ponle voz a tu deseo.
- Quiero volar. Simplemente quiero volar…
- ¿Segura? Todo deseo es magia… Irreversibles a menos que encuentres lo que tu corazón necesita, no lo que anhela…
- Quiero volar – Repitió lento y firme, como se le dice a quien no le entiende a uno.
- Hecho…
Ararauna comenzó a sentirse extraña… Sintió que la selva crecía a su alrededor… ¿O era ella quien se ponía pequeña? Un mareo y todo se puso en negro.
Al desertar Ararauna podía volar, si… era una hermosa Guacamaya Azul y Amarilla… estaba confundida. Ella quería volar, no ser una Guacamaya. Pero lo pensó de nuevo y decidió ser consecuente con su nueva dimensión. Ya no tenía “destino”, tampoco tenía “ni ancianos, ni padres que le dirían que hacer”. Araurana arrancó a volar sin intención de volver…
Conociendo el mundo…
Como Guacamaya volaba libre… Se sentía feliz y comenzó a conocer el mundo. Volar a través de la selva y ver a los indígenas era divertido, pero ese era su mundo. Ella quería ver el “otro mundo” y sin duda lo consiguió.
En la primera ciudad que llegó le lanzaron piedras para “jugar con ella”. Quizás ella no se divirtió mucho, pero los niños claro que lo hicieron.
Más adelante en la siguiente ciudad no conseguía donde comer… No había árboles y todo era cemento.
En la tercera ciudad había más color y árboles, pero no había otros animales, se sentía un poco sola. Hasta que descubrió por qué no había otros animales. Consiguió quien le disparara, y sólo por poco escapó. Los animales “dañaban las casas y ensuciaban las calles”. Allí no los querían.
Ararauna herida llegó a duras penas a una casa donde se refugió. Ya no podría escapar, pero tuvo suerte, pues en esa casa vivía una madre con su hija de unos 5 años y entre ambas la curaron. Ella vio como la madre le acogió en su casa, le dio de comer y la tuvo hasta que sanó. Incluso después de ello la cuidaron, pero ella sólo era una mascota… Vio como la madre de la niña guardaba sus mejores cariños y desvelos para su pequeña. Y aunque ya no era tan pequeña, ella seguía cuidándola como si el mundo fuera a herirla…
Araurana comenzó a sentir nostalgia. De no conocer a su madre, de no poder ver a su padre, de la gente de su tribu, de Macao y hasta de los ancianos. Parecía que su “más profundo deseo” se diluía en las aguas de la nostalgia. Entonces decidió volver a su hogar.
La guacamaya vuelve al hogar…
Volando sobre las cabezas de los hombres de su tribu, todavía podía ver vestigios de luto. Su padre había envejecido rápidamente y nada le contentaba. Ella sólo podía ser un espectador sobre una rama. Sin duda alegraba el espíritu de la tribu con sus colores. Pero lo que más le sorprendía es que Macao no estaba por ningún lugar.
Escuchando lo que decían entre sí los miembros de la tribu, descubrió que Macao había salido a buscarla después de su desaparición, y nunca le habían vuelto a ver. Ella también era responsable de la desaparición de Macao… Estaba desconsolada… Y no había manera de decirles que ella estaba allí… Sus palabras sólo eran graznidos para su padre quien no la reconocía.
El espíritu de la selva cuando la veía solo podía reírse… y ella ya no podía ponerse colorada.
El encuentro con la Guacamaya…
Después de semanas dando vueltas a la tribu descubrió que había una guacamaya roja que no hacía más que mirarla. Quizás con la guacamaya pudiera entenderse, pero… aunque ella hablaba guacamayo no podía entenderlo… Ella sólo pidió volar.
La Guacamaya roja comenzó a acompañarla día y noche, y pronto al menos la soledad dejó de ser tan pesada. Entre las Guacamayas surgió el amor. Mientras Ararauna olvidaba que alguna vez fue humana, o quizás lo de ser humano sólo había sido un sueño.
De pronto se sintió extraña y aunque ya se había acostumbrado a ser Guacamaya, la nostalgia al invadió nuevamente. No poder compartir su nueva vida le pesaba. No poder compartir ese vínculo especial que había surgido entre la Guacamaya roja y ella comenzaba a doler…
Una noche de luna llena volaban con el firmamento estrellado de fondo y escucharon un ruido… Era el espíritu de la selva.
El espíritu de la selva
- Nos vemos de nuevo “Ararauna”… ¿Cómo va tu “más profundo deseo”?
- He aprendido mucho… Tenías razón… Pero ya no hay vuelta atrás…
- ¿Segura?
- Ya no estoy segura de nada. Sólo creo que necesito amor y comprensión… Y dejar una huella en este mundo como mi madre la dejó en mi padre… Como mi madre me dejó a mi…
- Quizás ya conseguiste lo que necesitabas.
La Guacamaya roja se posó al lado de Ararauna. Ella sólo anheló un abrazo y un beso. Las alas de la Guacamaya roja la rodearon y delicadamente tocó con su pico el de ella. Un destello iluminó la noche cerrada y el claro de la selva. Los plumajes resplandecían como el oro, pero eran más valioso que el mismo. La magia de la selva era ilimitada como su sabiduría.
Vio como los arboles se hacía mas pequeños, no así la Guacamaya Roja… Y su forma cambiaba, ya no parecía un ave sino un mono, un orangután ¿Un humano?
Frente a sí misma, cuando el resplandor se hizo más débil pudo ver la imagen claramente. Era Macao, un poco más viejo y con una mirada menos profunda, pero más bondadosa y una sonrisa suave.
El cambio de la Guacamaya…
Y ella… ella era diferente, igual y diferente, sus manos curtidas, sus uñas no habían sido cortadas en mucho tiempo y su vientre era grande y hermoso, era vida… Estaba embarazada…
- Conseguiste lo que necesitabas y buscaste lo que querías – Le dijo el espíritu de la selva.
- Gracias – Dijo Ararauna con lágrimas en los ojos y con el brillo de quien sabe que va a dar y recibir un amor infinito.
- No quería que te fueras, no quería que vivieras lo que yo, pero sólo a través de la búsqueda encontramos lo que necesitamos.
Pronto el espíritu de la selva cambió su forma andrógina a la forma de una mujer cuyos rasgos se le parecían. Era como verse en el espejo, un poco más anciana, un poco más sabia…
- Tuve que dejarte ir y que descubrieras por ti lo que yo ya sabía, pero aún así siempre estuve contigo. Estaba en el corazón de esa madre que te curó y a su vez protegió a su hija. Estuve incluso para hacerte dudar y estuve para decirle a Macao tu “más profundo deseo” y darle lo necesario para acompañarte hasta que estuvieras lista. Ahora tu eres yo y quizás entregues tu vida por la vida que llevas dentro… Espero que no… Pero si ocurre sé que estarás lista. Porque en tus ojos veo el brillo que vi en los míos, mientras los miraba en el reflejo de tus ojos, mientras mi vida se desvanecía para que la tuya floreciera… Vive…
Ararauna entendió que en el corazón se encuentran los viajes más importantes y que su madre siempre había estado con ella en sus recuerdos y en las historias. Y seguiría estando allí en sus ojos cuando mirara a su hija y a Macao, para protegerlos.
«Vive»… Un día para las madres…
Desde ActualidadPlus queríamos regalarles uno de esos cuentos para crecer como una reflexión sobre la madurez y el papel de la madre… Esperamos que los disfruten y comenten lo que les ha llamado la atención… Feliz Día de las Madres les desea ActualidadPlus