Un samurái tenía problemas a causa de un ratón,
un roedor que había decidido «compartir su habitación».
Alguien le dijo: “Necesitas un gato”.
Buscó uno y lo encontró de inmediato…
Era un asombroso, bello y fuerte gato.
Pero de inteligencia le faltaba un buen rato
El ratón era mucho más listo que el dichoso gato
se burlaba de su fuerzas y de su «amo»
Entonces el samurái adoptó un segundo gato
Uno muy astuto y sagaz… Este si era «el gato»…
El ratón lo sabía, y como listo y desconfiado
el ratón sólo aparecía cuando aquél estaba roncando
Entonces al samurái, que ya tiraba la toalla
de un templo zen le trajeron un «gato-lento»
Un gato que meditaba y el zen practicaba
De aspecto distraído, mediocre y siempre soñoliento
El samurái pensó «No tengo suerte»
“No será el gato-monje quien me librará del ratón”
«Si este condenado gato se la pasa durmiendo
entre meditación y meditación»
Un gato lento y aburrido
Que meditaba o dormía
Dejando de inspirar miedo
A quien el ratón ya no temía
Paseábase el ratón junto al gato
sin apenas hacerle caso
Cuando de pronto una garra sin prisa se alzó
y de un zarpazo el ratón, paso a la boca del gato
Así de paciente y inocente el gato es…
Así de inocuo es el monje zen